NUESTRA LITERATURA ¿SÍMIL O DEFORMACIÓN DEL PAÍS ?
Apuntes para una sociología de la literatura nacional contemporánea
Por Javier Garvich
I
A modo de introducción
En estos años estamos asistiendo a profundos cambios que se han dado en la literatura nacional. Básicamente en narrativa, vemos como la práctica literaria tradicional, capitalina y hegemónica; se ve contestada por una inusitada producción de poesía y narrativa venida del interior. Al tradicional centralismo limeño se gesta un florecimiento cultural en provincias ¿Es esto producto de la consolidación de los nuevos sectores sociales emergentes? ¿Es solo un efecto determinado por el impacto de las Nuevas Tecnologías y las industrias culturales en el Perú? ¿Estamos presenciando el nacimiento de nuevas estéticas y prácticas culturales en nuestra sociedad? ¿O acaso una aberración atávica, un discurso de una minoría ilustrada de provincias, desligada del acontecer real del país? ¿Hasta qué punto el proceso de la literatura peruana de los últimos veinte años evidencia o malinterpreta los cambios de la sociedad peruana del mismo periodo ?
Este trabajo quiere ser un primer paso aproximativo para entender el proceso de la literatura peruana contemporánea, centrándonos básicamente en la narrativa, para preguntar qué concatenaciones pueden tener con la evolución actual de nuestro país. Demás está mencionar que toda práctica cultural lleva en sí el sello de las transformaciones de la sociedad que las produce. No está en nuestro ánimo establecer manidas (y fallidas) correlaciones entre sistemas sociales y estilos literarios, ni tampoco caer en los meandros del psicologismo al sobrevalorar las tribulaciones de la personalidad como la base real de los procesos culturales que se dan sobre los demás.
Esta aproximación empieza siendo primero una mirada en bruto sobre lo que manifiestamente se da en la narrativa peruana contemporánea para luego dialogar con el proceso paralelo de cambios económicos y sociales del país. No se trata de encontrar ataduras o cadenas de transmisión, sino de reflexionar críticamente el peso de los cambios dados en nuestra literatura sobre la sociedad en general. O, siendo más atrevidos, entender la narrativa peruana actual como un mirador cultural desde donde puedan vislumbrarse conflictos o alianzas futuras entre diversos sectores sociales, donde intuyamos hacia dónde sopla el viento.
II
La emergencia de otros espacios sociales
La Principal característica de la producción literaria actual está en que se practica ampliamente en todas partes del país. Hoy en el Perú se publican más libros que nunca y Lima ha dejado de ser el faro literario desde hace tiempo. En el interior del país surgen una avalancha de nuevos autores, títulos, revistas, encuentros literarios, premios, instituciones culturales y editoriales.
Oscar Colchado Lucio, escritor ancashino, es con seguridad el tercer escritor peruano que vive exclusivamente de las rentas de sus libros: la saga de Cholito (una suerte de Tintín de los Andes) es inmensamente popular en los colegios y la Comunidad Andina financió su versión animada. Muchos títulos del novelista canteño Félix Huamán Cabrera ya llevan varias reimpresiones en provincias. Marco Merry es el best-seller local de Chimbote sin discusión. Revistas de literatura y cultura como Sieteculebras (Cuzco) o la emblemática Caballo de fuego (Huancayo) gozan de gran predicamento fuera de sus fronteras regionales. Las editoriales limeñas San Marcos y Arteidea -que publican sólo escritores peruanos, y la gran mayoría de éstos, provincianos- han sobrepasado, cada una, el centenar de títulos publicados. En un mes como octubre de este año hubo cerca de siete acontecimientos literarios en todo el país entre encuentros, coloquios y congresos (y en puntos tan dispares como Huánuco, Chiclayo, Pucallpa, Abancay o Huaraz). Otro tanto se vislumbra para el mes de noviembre. Muchas ciudades se han hecho ya un nombre propio dentro de la producción literaria : Chimbote experimenta un boom de la poesía, Huánuco acoge a la mejor tríada (y la más jocunda) de narradores peruanos, Puno está desarrollando una escuela alternativa de crítica literaria (en ese rubro, Arequipa no se queda atrás), el subgénero de las historias de bricheros (las aventuras de los andean lovers que conquistan y viven de las turistas extranjeras al mejor estilo gigoló) en el Cuzco se ha convertido en una seña de identidad local. La narrativa amazónica se ha expandido en toda la región al punto de reconocer colectivos de escritores establecidos en Moyobamba, Tarapoto, Tingo María y Pucallpa, más allá de la ya rica literatura loretana. El grueso de la obra de los lugares y autores mencionados se publica en provincias bajo el sello de desconocidas (pero activas) editoras como Hipocampo, Parhua, Bracamoros, Rio Santa, Cauce, etc. amén de numerosos Fondos Editoriales de municipalidades, gobiernos regionales y demás instituciones del interior.
Este florecimiento cultural goza de más mérito si se tiene en cuenta que sólo existe una facultad de literatura en provincias (la UNSA de Arequipa) y que en el interior del Perú las infraestructuras educativas y culturales son precarias y, por no decir en muchas partes del país, inexistentes. También se está dando un movimiento cultural que obvia el centralismo limeño (son pródigos los encuentros regionales de escritores) y muchos escritores prefieren quedarse en el interior o incluso regresar de la capital para producir en provincias. Si bien es cierto que Lima aún pesa dentro del espectro literario nacional, también es cierto que buena parte (casi la mayoría) de la producción literaria del Perú ya se está dando fuera de la capital. El grueso de esta producción es menospreciada -cuando no evitada- por los circuitos oficiales capitalinos (Zorrilla, 2004).
Y hacemos acápite sobre este rubro. La emergencia de estas nuevas voces de la literatura peruana no se refleja en la dinámica interna de la crítica oficial -circunscrita ésta fundamentalmente en Lima- si tenemos en cuenta lo que sale en las páginas culturales de los periódicos, en los espacios audiovisuales del país e incluso en publicaciones del circuito de las ONGs. La capital (mejor dicho, apenas cuatro o cinco distritos de ésta) sigue siendo el nervio y el eje de la literatura que se muestra en los medios y en las cabeceras de mercado. Constatamos un hiato entre ambas partes: Una (Lima) no escucha a la otra, la omite, la ignora casi diríamos con impunidad. La otra parte (las provincias) se queja e inicia un debate estéril porque se produce únicamente desde un solo lado: Lima sigue omitiendo las provincias, a quienes solo admite como relleno turístico o reclamo de extrañeza.
III
Nuevos sujetos, nuevos escenarios
Los artífices de la literatura del interior del Perú distan mucho del modelo del intelectual tradicionalmente dedicado a estos menesteres que primó durante casi todo el siglo XX. Antes (si nos ceñimos al arquetipo de los grandes de nuestra narrativa: Vargas Llosa, Bryce Echenique, Julio Ramón Ribeyro, Manuel Scorza) teníamos a escritores que, inevitablemente, egresaban de las facultades de letras y se dedicaban casi exclusivamente a la literatura. Residentes e integrados en Lima, de clase media para arriba, culturalmente criollos, se internacionalizan con facilidad y logran tener acceso a los ambientes culturales de Occidente. Viajan, residen y perfeccionan su arte en el extranjero. Son un círculo reducido, todos se conocen, su notoriedad les da una nueva manera de ver su país, con un distanciamiento inevitable. Sus propuestas literarias (la novela total, la perspectiva irónica de lo social, el segmento individual dentro de un discurso general) acusan todavía el halo del Gran Escritor de Steiner (1991) y su ambición de ser la “conciencia social” de su país.
Esta imagen tradicional del escritor canónico, ha entrado en crisis en todo el mundo. El impacto de las nuevas tecnologías y las inevitables consecuencias de la globalización han modificado la práctica literaria como la entendíamos hace veinte años. El imperio de lo audiovisual ha arrinconado a la letra escrita, los complejos multimedia han socavado el soporte físico del libro, la lógica del espectáculo (Debord, 2003) se impone por encima de cualquier razón crítica. El viejo espacio steineriano de los Escritores Oficiales (Vargas Llosa, García Márquez, Sartre, Kadaré, Solhenitzin, Grass entre otros) se ha diluido entre el boom de los manuales de autoayuda y el esplendor mediático de los presentadores de televisión (buena parte de ellos han terminado, y no sólo en el Perú, en el mundo de las letras). Por otro lado, los hábitos de consumo de la sociedad han cambiado, la pangea multimediática del ocio (videojuegos, cabinas de internet, minicines, DVD, TV por cable, celulares, etc.) está desterrando de la cotidianidad a la familia, la escuela, los libros y a otros medios tradicionales de educación y socialización. El impacto de las Nuevas Tecnologías se refleja en la profunda transformación de muestro habitual consumo del tiempo, cuya velocidad y espacialidad se han modificado (disolución de las barreras entre lo público y lo privado, aparición de la simultaneidad como un nuevo “espacio” que convive diariamente con nosotros). La lógica del espectáculo ha traído a la calle una cultura general de la banalidad (Verdú, 2003) que se refleja en el auge de los reality shows televisados, la prensa rosa y el periodismo chicha. Los buscadores de internet se han impuesto a las enciclopedias como método barato de acceder a conocimientos puntuales. El escritor de ayer tiene al consumidor de hoy como un sujeto distinto y desconocido.
Pero señaladamente en el Perú, la crisis del escritor tradicional se ha agravado por la emergencia de nuevos sujetos sociales y el lento pero progresivo arrinconamiento de los sectores que tradicionalmente detentaban la hegemonía de los medios de comunicación y las industrias culturales. Desde 1980, tanto la crisis económica como la espiral de la violencia política marcaron una nueva diáspora de peruanos y nuevos movimientos demográficos (sobretodo hacia afuera del país). El resultado ha sido un fortalecimiento del sector cholo/andino en casi todos los escenarios del Perú. La propia Lima ha cambiado radicalmente convirtiéndose en la mayor ciudad quechuahablante del Perú y donde el acento andino ha ido imponiéndose por doquier frente a los núcleos criollos que aún sientan sus reales en el norte de la ciudad. Culturalmente, se expresa en la aparición de grandes complejos de ocio en los conos y la aparición de fenómenos de masas como el Cienciano o Dina Páucar. Todo esto no debe llevarnos a pensar en una “cholificación” del Perú sino más bien en una yuxtaposición de diversos sujetos sociales del interior del Perú y otros que llevan generaciones de maceración en la capital, todos los cuales coexisten con sujetos sociales tradicionales que todavía persisten en residir en el país. Todo lo dicho quiere incidir en la aparición de nuevos consumidores peruanos que van más allá del limeño universitario de clase media alta, quien todavía -y todo hay que decirlo- aún sigue siendo el gran consumidor de productos literarios en el Perú.
Los cambios que ha vivido este país empiezan a reflejarse en buena parte de la literatura del interior, donde hay nuevas temáticas y nuevos escenarios que no existían antes en nuestra narrativa. Tenemos en primer lugar la progresiva consolidación de una “narrativa de la violencia” en la obra actual de Félix Huamán, Oscar Colchado Lucio o Ricardo Virhuez (por mencionar básicamente novelistas), quienes pavimentan una ruta iniciada -sobretodo en el cuento o el relato corto- por Dante Castro, Rojas Paravicino y Luis Nieto Degregori : Al parecer, se intenta abordar de manera abierta un tema tan peliagudo como el de nuestra guerra interna sin los miedos y medias palabras que subsistían en la década pasada. También hay ahora una mayor receptividad por parte del público, posiblemente exorcizado por el impacto de la CVR.
Otro escenario es el que aborda el mundo “Post-Reforma Agraria”, el campo sin gamonales y con nuevos sujetos y contradicciones (Zein Zorrilla) y una mayor presencia de la ciudad en el universo andino. Aquí tienen peso especial tanto los escritores huanuqueños del grupo Convergencia (Mario Malpartida, Samuel Cárdich, Andrés Cloud) como la narrativa urbana cuzqueña y el emblemático personaje (re)creado por Mario Guevara : El cazador de gringas. La bohemia cultural de provincias (alejada ya de los tópicos tributarios de Valle-Inclán) es otro escenario nuevo que se ve tanto en los narradores huanuqueños ya citados como en la producción del chimbotano Miguel Rodríguez Liñán o del puneño Jorge Flores-Áybar. Mención aparte es la Arcadia andina imaginada por Edgardo Rivera Martínez, otro nuevo espacio que explora las nuevas posibilidades de los Andes, más allá de la temática (¿ya superada ?) del indigenismo. El conflicto interno de los migrantes andinos a la ciudad, el destino de los que se atrevieron a regresar a su terruño, el microuniverso del esoterismo en las provincias de la costa peruana, el mundo andino revisitado desde la perspectiva femenina, la amazonía contemporánea narrada en fresca clave de humor, etc. todos son nuevos paisajes casi inimaginables hasta hace algunos lustros. Nuevas voces, cada vez menos marginales, a las que se le agregan nuevas perspectivas (el sujeto homoerótico, la literatura chicha de masas, la producción literaria por internet) están desbordando la producción literaria tradicional limeña y dando nuevos perfiles al futuro de nuestra literatura (Velázquez, 2004).
IV
Espacios regionales e imaginario nacional
Sin embargo, esta eclosión de voces, espacios, autores y sujetos varios no se presenta en un horizonte unificado. Es decir, no existe un mercado a nivel nacional que articule todos estos discursos y más bien, la difusión de estas literaturas se da a nivel regional. Si bien el abaratamiento de los medios de impresión ha impulsado la publicación de títulos en registros antes inimaginables, también es cierto que los canales de distribución y los mecanismos de consumo de los mismos son harto restringidos y hostiles al punto que la abundante cantidad de títulos no tiene cómo salir hacia el mercado en general.
El modelo es el de un escritor de provincias (generalmente maestro de colegio, abogado o periodista) que, en contratos informales y leoninos con las editoriales que encuentra -cuando no financiados con su propio peculio- publica un libro de no más de mil ejemplares (o plaquetas, que es muy habitual en poesía) y que necesita otros medios de difusión además de la pequeña librería de su pueblo. Aquel escritor, por lo general, ha de encargarse personalmente de la distribución, viajando por algún circuito regional mientras toca las puertas de librerías, municipalidades o algún tipo de fundaciones para poder colocar parte de su excedente. Él mismo hace de propagandista, representante, agente editorial y vendedor. Buena parte de sus libros los regala abiertamente entre autoridades, familiares y amigos. Se expone a la burla de conocidos, al ninguneo de las librerías que siguen viendo al escritor peruano de a pie como veneno para la caja, tiene que hacer de comparsa para alguna autoridad ilusionado con una hipotética y posterior promoción. Sin embargo, pese a esta realidad nada auspiciosa, los escritores siguen produciendo y publicando. La estadística de títulos, revistas editadas, cantidad de encuentros y coloquios realizados, etc. así lo indican.
El mercado nacional de bienes culturales es irregular, muy informal, colindante con la piratería audiovisual y editorial, con muy poca o nula participación en actividades culturales. Casi podemos decir que no existe en el Perú ni una miserable red nacional de librerías y los únicos intentos de formarla descansan sobre determinadas editoriales que se esfuerzan en crear una red de expendedurías de sus propias publicaciones en las principales ciudades del país (señalamos el caso de la editorial San Marcos). A nivel de bibliotecas, el principal (y a veces único) impulso lo da el sector privado y determinados proyectos de las ONGs. Las librerías son poco más que locales de papelería, venta de útiles escolares, postales y otros productos relacionados con el consumo turístico. Su único público cautivo es el de los escolares obligados a comprar determinados libros de texto (las grandes editoriales buscan su agosto firmando pactos con los colegios en los cuales éstos obliguen a sus alumnos, con comisiones de por medio, a comprar determinados títulos que sólo tiene una casa editorial). Los estudiantes universitarios y profesionales del interior del país que deseen comprar libros no tienen demasiada capacidad adquisitiva y se ha desarrollado, en ese aspecto, la producción de una literatura de masas en formato pulp (grandes clásicos de la literatura impresos como libros de bolsillo y cuyo precio va de un sol a no más de cinco soles) así como la piratería editorial de los best-sellers legitimados por los sectores pudientes del país, los únicos que pueden comprar libros a precios internacionales.
Esa dificultad en los canales de distribución (inferiores incluso a países como Bolivia) mina los intentos de forjar una demanda nacional de escritores peruanos. El hecho que un escritor cajamarquino pueda ser leído en Juliaca es casi un imposible. Así que priman los circuitos regionales, muchos de ellos conformados por el simple alcance máximo que pueda tener una distribución a precio razonable. Si hacemos un mapa veremos un circuito norteño que se extiende por la costa peruana desde Tumbes a Huarmey, otro circuito en el sur que englobaría a Arequipa, Cuzco y Puno, un circuito central desde Tingo María hasta Huancayo, así como espacios menores aunque nada desdeñables como son el Nororiente peruano o la sierra centro-sur entre Ayacucho y Apurímac. Todos estos circuitos mueven, sin embargo, mucho menos dinero que el poderoso mercado limeño de millones de consumidores.
Lima puede dividirse, asimismo, entre un sector de altos recursos, culturalmente criollo, que tiene capacidad adquisitiva para comprar libros y sectores emergentes provenientes de la migración del campo a la ciudad (situados en los conos) convertidos en nuevos consumidores de bienes culturales. El sector de clase alta y media alta son los principales consumidores en tanto ellos pueden pagar precios internacionales por novedades editoriales (hablamos de libros cuyo precio ondee de treinta a ochenta soles) y se puede decir que esa capacidad de consumo -en el mundo de literatura- significa que transmiten e imponen sus gustos literarios por encima del resto del país. Este sector, además, genera sus propios espacios de circulación de bienes culturales, sus propios cuadros de crítica y la promoción de una producción literaria que le sea afín. Tienen un peso importante en el funcionamiento de los complejos multimedia, las industrias culturales y el mundo audiovisual. Es un sector que, culturalmente y merced a sus recursos materiales, se reproduce con mayor agilidad y puede mantener una demanda sostenida de producción literaria. Demanda que, por lo general, ignora a conciencia la producción literaria del interior.
Los sectores emergentes de la Lima del siglo XXI, la mayoría descendientes de las grandes olas migratorias del campo a la ciudad como hemos mencionado, son nuevos consumidores que mezclan los gustos impuestos por los grandes consumidores criollos de los sectores dominantes , con nuevas sensibilidades provenientes de su singular experiencia y las matrices culturales de sus familias. Son los grandes compradores de la industria pirata (tanto a nivel editorial como audiovisual) y cuya demanda ha generado proyectos editoriales alternativos cuyo eje es la venta de títulos serios e interesantes a precios baratos. La colección Perú Lee del Fondo Editorial Cultura Peruana imprime tiradas de cinco a diez mil ejemplares a precios que no exceden de los tres soles. Las editoriales Arteidea y San Marcos se esfuerzan en publicar literatura nacional contemporánea en volúmenes que no excedan los veinte soles y cuyo precio medio sea mucho más bajo. Periódicos y universidades han sacado al mercado iniciativas de publicar clásicos de la literatura nacional, antologías y colecciones de fascículos de cultura general a precios módicos. Todo esto camina hacia una demanda real de otros consumidores que (todavía) no han traducido al mercado sus gustos y sensibilidades culturales.
Esta realidad del mercado hace que se hayan cimentado determinados escritores dentro del imaginario nacional como los únicos paisanos a quienes vale la pena leer (Vargas Llosa, Bryce, Ribeyro) asimismo se mantiene una demanda de la nueva narrativa criolla (Thays, Bellatin, Ampuero, Bayly) en función de la fortaleza consumidora del sector pudiente capitalino, amplificada mediáticamente, que es secundada por un consumo perplejo y algo seguidista de los sectores emergentes. Sin embargo, estas nuevas esferas son los que empiezan a tomar en cuenta la creciente producción literaria de provincias que no para de cesar.
¿Tienes los días contados ese sector dominante criollo para la literatura nacional? Pese a que aún domina sobre el consumo y está fuertemente asentado en la dinámica de los medios de comunicación y las industrias culturales; hemos de recordar que es un sector demográficamente en retirada (Cercados en Lima y proclives a abandonar el país en cuanto puedan), con un proyecto de país históricamente fracasado y deslegitimados culturalmente dentro del espectro nacional. Por otro lado el discurso literario tradicional criollo parece agotado frente a nuevas formas de producción literarias que van desde la literatura de masas hasta la nueva literatura producida por medios electrónicos (las revistas de literatura por internet, los weblogs) pasando por la producción literaria venida del interior del país.
V
Conclusiones: ¿Heterogeneidad, Guerra Fría o coexistencia cultural?
La emergencia de nuevos sujetos sociales (básicamente urbano-populares), el fracaso del proyecto criollo de país, los cambios demográficos del Perú (consolidación de la migración interna y emigración al extranjero) y el impacto desigual de la globalización económica y las Nuevas Tecnologías sobre nuestra sociedad parecen haber hecho mella en la literatura peruana contemporánea (fundamentalmente en la narrativa). La aparición de nuevos espacios y sujetos parece haberse reflejado en el desarrollo de nuevas narrativas emergentes, casi todas provenientes de provincias. Eso sí, en términos culturales se han erigido antagonismos que no sabemos todavía hasta donde puedan reproducirse en el cuadro general de la sociedad peruana : Hablamos del avance crítico de literaturas de provincias que claman contra el privilegiado anillo de escritores capitalinos, criollos y hasta pitucos ; o del hiato, por no decir la absoluta falta de comunicación, entre ambos bandos. También es curioso que el avance pujante de nuevas estéticas y nuevas economías de los sectores populares emergentes no se refleje en el auge de una literatura que, se supondría, tratara más de cerca y con mayor autenticidad estos temas. Incluso uno cree que el conflicto entre escritores de provincias y escritores criollos no refleja la complejidad de numerosos sectores ajenos a ese debate.
Antonio Cornejo Polar acuñó el término “heterogeneidad” para reflejar una diversidad cultural que sobrepasaba la tradicional dicotomía entre lo andino y lo criollo. Las manifestaciones culturales actuales son innumerables y uno ha de citar la presencia aún viva de la cultura afroperuana , la consolidación de la literatura amazónica o la huella que están dejando, silenciosa pero firme, los niseis en el Perú. A esto habría que agregar la existencia de “mezclas”, de sujetos sociales que beben de diversas fuentes. El caso paradigmático puede ser el background cultural de los populosos conos de Lima, pero también el Cuzco contemporáneo, posiblemente la ciudad más cosmopolita del Perú o ciudades como Arequipa y Trujillo, que están viviendo el impacto de la última modernización de las Nuevas Tecnologías. La migración interna que ha hecho casi doblar en algunos años la población de Ayacucho y Abancay es otro factor que altera substancialmente formas tradicionales de praxis cultural. En suma, ya no quedan sujetos sociales puros ni siquiera como arquetipos o modelos teóricos. La pregunta es ¿Por qué esta inmensa diversidad cultural no se refleja en la primera fila de nuestra literatura?
Quizá porque la heterogeneidad no significa que la diversidad de culturas se manifiesten libremente sobre la alfombra del país. De hecho, sigue habiendo culturas dominantes y otras subalternas. O un solo complejo cultural hegemónico que ignora (y, dado su peso en las industrias culturales puede hasta silenciar) al resto de las voces del Perú, a las que solo toma en cuenta como relleno folklórico para la industria internacional del turismo. Si la polifonía nacional no cuaja en la producción literaria -y en buena parte de la producción artística en general- es porque hay antagonismos, barreras, puertas cerradas y privilegios. Todo esto hace pensar que la producción literaria nacional se haya dividida en dos bloques que llevan a cabo su propia Guerra Fría cultural, uno con mayor intensidad que el otro.
Tendríamos entonces a un puñado de escritores criollos, promocionados por los medios de comunicación, benévolos ante los poderes fácticos, ligados a dos o tres universidades limeñas y con estrechos contactos con los aparatos culturales del extranjero. Este puñado se organiza endogámicamente y mantiene fuera el intrusismo de los provincianos desconocidos. Sólo se escuchan a sí mismos y se autolegitiman bajo el pretexto de su mejor cualificación profesional y formación cultural.
En el otro bando tendríamos a los escritores del interior (escritores andinos como se suelen llamar ellos mismos) que escriben sobre la realidad del país, reflejan la pluralidad cultural, lo hacen con técnicas narrativas aceptables, pero con las puertas invariablemente cerradas. Estos escritores, además de hacer presente su queja repetidas veces, se organizan entre ellos, nutren nuevas editoriales, producen eventos literarios, crean sus propias revistas, amén de un sinfín de actividades culturales en todo el país. Todo lo dicho ignorado olímpicamente por los medios de comunicación, el Estado y las grandes instituciones culturales privadas del Perú. Conforme pasan los años el enfrentamiento se agudiza en tanto crece la cantidad y la calidad de los escritores de provincias, poco a poco empiezan a ganar premios y se abren paso en el incierto mercado editorial del país. Proclaman que el discurso literario criollo se está agotando, que su hora ha llegado y que las nuevas hornadas de la literatura peruana vendrán del interior.
Pero esa división de bloques no se da en el resto del Perú. Y muchos ven en esa dicotomía no solamente un debate falso sino incluso peligroso. De allí que Miguel Gutiérrez (2004) haya prevenido a los escritores andinos contra el nacimiento de un nuevo chauvinismo y que, si sucediera, terminarían convirtiéndose en “los Humala de la literatura peruana”. Y es que si una mira la práctica cultural de diversos colectivos artísticos peruanos, no vemos tan agudizado este enfrentamiento. Por otro lado, dentro de ambos “bloques” hay manifiestas diferencias (Alonso Cueto, con su vena periodística, se distancia en sus últimas producciones de las temáticas pitucas ; la literatura cuzqueña del bricherismo trata el elemento andino con sañuda ironía) que corroboran la complejidad del tejido cultural peruano.
Más que guerra, coexistencia. El hecho que el núcleo de escritores criollos ignore la producción de escritores del interior -véase el análisis y las omisiones que hace Fernando Ampuero (1999) en su panorámica visión de la literatura peruana de fin de siglo- o que el debate generado por los escritores de provincias no cuente con el eco adecuado en otros sectores da a entender que la cancha es lo suficientemente ancha como para se eviten conflictos o se minimicen choques. En el Perú se yuxtaponen diversos sujetos sociales, cada uno con un discurso cultural sectorializado pero dinámico y medianamente abierto. Más que una Babel, lo que hay en el Perú cultural es una coexistencia de diversas voces en relaciones de discriminación y profunda, muy profunda tensión. Quizá porque lo que rompa la baraja aún está por llegar. El sector de escritores privilegiados sigue ignorando el contacto y el conflicto con los demás ¿hasta cuando? La producción literaria de los escritores del interior aumenta sin parar y cada mes se suman nuevos nombres (Eli Caruzo de Tingo María, James Oscco de Apurímac, por mencionar dos narradores recientes) ¿Cuando reventarán el silencio de los medios?
Es de resaltar la inexistencia de una clase media que tercie en el debate. Aunque de haberla, hayla : Los títulos que edita Julio César Vega en su innegablemente popular proyecto Sarita Cartonera (textos fotocopiados y empastados con tapas rotuladas por los mismos cartoneros de Lima y que éstos venden para generarse ingresos) incluyen textos de escritores criollos como Santiago Roncagliolo. El proyecto Peru Lee intenta ser democrático en la selección de sus autores. El Realismo Sucio a la Peruana, que encabeza Carlos Rengifo reivindica un sector joven que tiene voz propia frente a los bloques ya citados. Todos estos ejemplos, aún minoritarios, tienen todavía algo qué decir.
El proceso de la literatura peruana contemporánea no es precisamente un símil de los conflictos actuales de nuestra sociedad. Pero ni mucho menos son una deformación interesada. Los enfrentamientos existen, pero ni son los más decisivos ni mucho menos los únicos. En todo caso debe ser interpretado como una panorámica que prefigura varios grados de tensión que pueden anunciar futuros choques (y hasta conflictos) entre nosotros.
Ojalá se abrieran canales de movilidad y diálogo entre los diversos sujetos de nuestra rica literatura nacional. Pero soy pesimista. El proyecto del Perú mestizo, de la “Nación en formación” ha fracasado a todas luces. Las ilusiones de una futura mixtura entre diversas voces, de un discurso polifónico más o menos armónico que pueda cuajar en la sociedad peruana son ya ilusiones baratas. Los futuros proyectos están por venir, las futuras alianzas o las futuras guerras aún no se han suscrito, pero pueden haberse escrito. El Perú, como casi siempre, es otra vez un gran libro abierto.
Lima, Octubre 2004
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2004 “La novela andina contemporánea y el canon literario criollo” en Revista
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martes, 16 de enero de 2007
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